Bienvenid@ a la segunda Unidad del Curso MOOC «Mis habilidades socioemocionales e interculturales en los procesos educativos». Este MOOC es realizado por la Universidad Antonio Ruiz de Montoya en alianza con el Programa Horizontes de UNESCO Perú.

Esta segunda unidad se llama «Necesidades de Aprendizaje Socioemocional e Intercultural en mi comunidad». En ella te invitamos a que contextualices la enseñanza y el aprendizaje de las HSEI en función a las realidades de la comunidad en la que trabajas y las necesidades de las y los estudiantes de tu escuela.

Puedes descargar la guía de la unidad aquí, la actividad 2 aquí, la autoevaluación de la actividad 2 aquí y los materiales complementarios aquí.

La unidad 2 desarrolla las siguientes competencias, desempeños y contenidos.

Competencias

Conoce y comprende las características de todas/os sus estudiantes y sus contextos, los contenidos disciplinares que enseña, los enfoques y procesos pedagógicos, con el propósito de promover capacidades de alto nivel y su formación integral.

Desempeños

Demuestra conocimiento sobre las necesidades formativas de sus estudiantes, en especial en cuanto al desarrollo de las HSEI.

Producto

Reflexión sobre las necesidades de mis estudiantes y sobre qué debo cambiar o mejorar en mi ser docente para acompañarles mejor.

¿A quién le importa?

Adaptado por Ricardo Gálvez del texto de Verónica Villarán (2019).

¿Quiénes son las y los adolescentes hoy en el Perú? ¿Cómo viven? ¿Qué hacen? ¿Qué sueños, qué planes, qué proyectos tienen para su futuro?¿Cómo deberíamos atender y educar a este tramo de edad?

Según la norma, tenemos en las aulas muchachas y muchachos entre los 12 y los 17 años de edad, pero la etapa no se cierra allí, pudiendo prolongarse hasta los 22 años.

Necesitamos saber más sobre cómo se vive este periodo vital en la experiencia escolar, en el esfuerzo por acceder a la educación superior, en el trabajo compartido con los estudios, etc. para reconstruir su trayectoria como personas, no solo como alumnas/os.

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Empecemos con el caso de una niña de 14 años, en el barrio de Belén, Loreto, que está en tercero de secundaria y que ya es madre desde fines de segundo grado.

Ella reconoce que no es el mejor momento para tener un hijo, que hubiera preferido no tenerlo, seguir jugando con sus amigas y continuar practicando deporte como solía hacerlo. También acepta que es madre, que tiene una hija, que debe ser responsable y que debe esforzarse por salir adelante, pero se le nota dividida entre estas dos realidades que coexisten en tensión y que ella no eligió: ser niña y madre a la vez.

¿Qué querrías para tu hija en el futuro?, le pregunto. Que pudiera hacer lo que ella quisiera, me responde. ¿Y qué sentirías si tu hija a los 14 años te dice que está embarazada?, le vuelvo a preguntar. Un dolor en el alma, me responde. Y agrega: yo no voy a permitir que a ella le pase lo mismo.

Su embarazo fue producto de un descuido, de una relación consentida con un enamorado que ya no existe más en su vida. Quiso abortar, pero su madre no se lo permitió. ¿Qué pasó en el colegio?, le pregunté. La niña levanta los hombros y me dice: normal no más, el año pasado hubo otras cinco que estaban gestando. Le pregunto qué sugeriría para mejorar la educación secundaria. Entonces me responde: que haya guardería para que las chicas vayan con sus bebes al colegio.

En la zona de Belén, que una niña aparezca embarazada parece ser parte de la normalidad. En la misma región de Loreto, converso después con una chica maijuna de 17 años, estudiante de un CERFA situado a una hora tomando dos botes de motor desde Iquitos. Su caso es diametralmente distinto. Ella se va de su casa a sus 14 años, se va a vivir a Iquitos. La madre la bota en realidad después de una pelea muy fuerte. Por amor a mis hermanos menores, me dice, ya había aguantado demasiado. No hubo al parecer un problema de violencia sexual, sino de presión desmedida para asumir tareas que la madre no podía hacer sola y que se sumaban a las demandas del colegio.

En Iquitos entra a trabajar en una casa de familia y allí conoce a un chico del que se enamora. Cumplidos sus 15 años, decide convivir con él y consigue trabajo en un restaurante. No quería embarazarse y sus compañeras de trabajo le aconsejan cómo cuidarse. Se compra sus pastillas en la farmacia, pero le exige a su pareja que, además, use preservativo, para prevenir no solo el embarazo sino las enfermedades de transmisión sexual.

Si una no se cuida, nadie más te va a cuidar, me dice. A esa edad una es muy chica para tener hijos. Mi mamá tenía hijos pequeños, ¿qué iba a hacer yo con un bebe de la edad de mi hermanito?

Las cosas van bien hasta el día en que él le pide que deje de trabajar y que se quede en la casa para que le cocine y le lave la ropa. Ni en mi casa me gustaba dedicarme a eso, me dice, ahora menos; no me iba a convertir en su esclava. Luego de un tiempo decide cortar esa relación sin angustia, porque no soy su empleada y sé cuidar bien de mí misma, me explica. Por entonces tenía 16 años. El que quiera estar conmigo tiene que aceptar mis condiciones, afirma con seguridad.

Entonces regresa a su comunidad a terminar la secundaria en el CERFA. La experiencia en Iquitos le había hecho ver, sobre todo en el trabajo en restaurantes, que quienes no tenían estudios eran más explotados. Tenía que terminar el colegio. Cuando la entrevisto ya estaba terminando el 5to de secundaria y, a la vez, vendía frutas a través de un programa del CERFA.

“Y me habla entonces de la mujer desvalida, rescatada por un hombre que la elige, se la lleva y la salva. Fue el único momento en que sus ojos se encienden y su ánimo cambia”

Distinto es el caso de una de sus compañeras, que sale embarazada estando por terminar el colegio, pero que tenía problemas con su pareja y que ya no quería estar con él. Pero voy a tener que quedarme por mi hijo, decía. La preocupación por quién la iba a mantener y apoyar pesaba mucho en su decisión, a diferencia de su amiga maijuna, que sin contar con apoyo familiar tomó todas las precauciones del caso y se agenció sus propios ingresos.

– 2 –

En una aldea de Pucallpa me encontré con dos casos más críticos. Dos muchachas de 16 años, víctimas de violencia sexual de parte del padrastro y embarazadas a causa de ello, que dieron a luz a los 13 años.

Una de ellas, la más tímida e introvertida, le costaba mucho hablar y hacer contacto visual conmigo. Luego de ser violada por el padrastro, la madre la bota de la casa. A pesar de que las vecinas alertan a la madre de la conducta de su marido, la niña termina viviendo en una aldea infantil en momentos en que ya estaba gestando. La madre la visita tres veces y después nunca más, ni ella ni sus hermanas. Ahora su niño tiene tres años y ella estudia cuarto de primaria en el CEO.

El difícil diálogo con esta adolescente se ilumina de pronto cuando me habla de las novelas turcas que mira asiduamente. Por las tardes, además de cuidar a su hija, solo ve televisión. Y me habla entonces de la mujer desvalida, rescatada por un hombre que la elige, se la lleva y la salva. Fue el único momento en que sus ojos se encienden y su ánimo cambia.

La otra niña, de la misma edad y a la que le fascina el fútbol, me cuenta también su historia. Ella empieza su relato hablándome de la denuncia que interpuso a la madre por abandono y al padrastro por tocamientos indebidos, a sus 12 años.

El padrastro ya la había violado a ella y había callado el abuso, pero empezó ahora a tocar a su hermana, de 10 años, y esa fue la gota que derramó el vaso. Pone la denuncia en la DEMUNA y en la policía. La sacan de la casa junto a sus cuatro hermanos menores y los llevan a vivir a la Aldea Infantil. Llega a la Aldea embarazada, ahí da a luz. Está viviendo allí hace 2 años con sus hermanitos.

La mamá nunca salió en su defensa. Sigue viviendo con ese hombre. La muchacha me dice que ha conversado con su verdadero padre de esta situación, y que éste les ha prometido sacarlas de la aldea y llevarlas a vivir todos con él. Lo cierto es que al padre biológico casi ni lo conocen, y solo de vez en cuando viene a visitarlas. Pero ella sueña con que el padre va a dejar a su pareja actual para ocuparse de ellas. Ella es fuerte y luchadora. Quiere enrolarse en la FAP o el Ejército, y está resuelta a salir adelante «porque además de mi hijo, tengo a mis 4 hermanos a mi cargo». Solo tiene 16 años, ha sido violentada sexualmente desde los 12, tiene un hijo de 3 años y 4 hermanos que van entre los 12 y los 5 años. Y si algo tiene claro, es que ella hoy es la responsable de todos. Si el padre biológico no llega nunca a rescatarlas, sabe que es ella quien va a asumir todo.

Hubo otro caso, también en Ucayali, en una escuela rural. Una chiquilla me dice que quiere ser abogado. ¿Por qué quiere estudiar derecho?, le pregunto. Porque a mí me violaron cuando tenía 9 años, me dice. Por suerte, tuvo el apoyo de sus padres para presentar la denuncia y esa experiencia le permitió conocer como trabajaban los defensores de niños. Eso le gustó y por eso decidió ser abogado. Ahora está en 4to de secundaria, tiene 16 años y es la alcaldesa del colegio. Desde ahora ya es una voz para sus compañeros, y se preocupa por ellos. Indagó el caso de una niña triste, y descubrió que su papá le hacía tocamientos a ella y a sus hermanitos menores. Tenía miedo de denunciar porque pensaba que, si lo metían preso, iban a tener problemas en la casa sin su apoyo económico y que la madre se iba a enojar con ella.

En Huancavelica vi otro caso, un muchacho de 18 años, tímido pero dulce, que le gusta sentarse en el techo de su casa a ver las estrellas, que le gusta pintar y cocinar. Cuenta que un día rompió un vidrio en el colegio y le dijeron que debía pagarlo. Pero en su casa ni lo escucharon ni, por supuesto, le dieron la plata. Puede parecer una simple anécdota, pero para él era una de tantas confirmaciones de que a nadie en la familia le importaba lo que pasaba con su vida. Habiendo cumplido los 17, un día regresó a su casa y para su sorpresa, encontró que sus padres se habían ido llevándose a su hermano menor, abandonándolos a él y su hermano de 21 años. No fue el único caso.

Hubo más testimonios increíbles de abandono, como el del chico que me dijo: «mi mamá se fue de la casa con mi hermanito menor, yo llegué y había un plato servido con una servilleta encima, mi mamá no estaba, pero se llevó a mis dos hermanitos menores». Otro me contó: «mi papá nos había abandonado, pero un día mi mamá también desapareció de la casa». Al parecer, llegados a cierta edad, dejan de ser prioridad para sus padres, los que toman estas decisiones drásticas para aliviar su carga y poder concentrarse solo en los menores.

Otro muchacho, también de Huancavelica, está preso en el penal por no pagar pensión de alimentos. Él, a sus 15 años, había tenido relaciones consentidas con su enamorada, que estaba en 4to de secundaria, pero por hacer caso a malos consejos –la primera vez no pasa nada– ella salió embarazada. Luego, el padre de ella lo denuncia y lo lleva al juez por pensión de alimentos. De cualquier forma, me dice, «en mi caserío, aunque hubiera querido, no habría tenido acceso a un preservativo ni a una pastilla». Tampoco había una posta médica. Y cuando hay, me dice que les da vergüenza ir y que creen que no les van a dar nada. Entonces, recurren al primo, al amigo. En el colegio a veces nos hablan de estos temas, pero no se profundiza, me cuenta. También nos da vergüenza preguntar.

En Loreto, un muchacho de 22 años, que está en un CEO y termina en noviembre la escolaridad básica, me dice que más bien fue él, cuando empezó a tener relaciones con una enamorada, que le exigió el tema del condón. Yo le pregunto por qué. «Porque no quería que ella quede embarazada, me iba a cagar la vida”. Bastante claro. En ese momento no quería un hijo, pero sabía que, si lo tenía, no lo iba a eludir. Por lo tanto, se hace responsable del cuidado en sus relaciones de pareja.

– 3 –

De otro lado, son numerosos los casos de adolescentes que no viven con sus padres biológicos juntos, mayoritariamente viven con las madres y, en gran medida, las madres tienen nuevos compromisos. Los hijos saben que el padre existe y que tiene también un nuevo compromiso, aunque suela resultar muy difícil hacerle seguimiento. Además, en el contexto del tercer o cuarto compromiso de la madre, la figura del padre se convierte en una figura muy volátil. ¿Cómo se construye una masculinidad responsable cuando el propio padre no está, y cuando ha visto pasar a otros que han ido dejando críos y tampoco se han hecho responsables de ellos?

Hay situaciones, por fortuna, distintas. El joven de Ucayali, por ejemplo, que vive con la madre, la abuela y un hermano, dice que el nuevo compromiso de su mamá tiene una relación tan buena con su hermano menor, que a él lo conmueve. Habla de él con emoción y con sorpresa, porque no es común que un hombre que ni siquiera es el padre, trate bien a los hijos de su pareja o se haga cargo realmente de ellos. Pero otro adolescente entrevistado me dice que su padre biológico ya no está, que sus hermanos son hijos de otros padres que tampoco están, y que el hombre que ahora está viviendo con su madre, se relaciona bien con los más pequeños y que, además, tiene sus propios hijos de otro hogar. Yo no tengo mayor vínculo con él, me dice, él tiene suficiente con sus hijos, yo no le voy a traer más problemas. Es como si tener 16 años volviera innecesario el vínculo paterno y a esa edad ya pueden ser abandonados, material o emocionalmente.

“Urge pensar una política de adolescencias para la educación secundaria, pero lo primero que necesitamos es saber quiénes son”

Como vemos, en general, el contexto es de mucha precariedad en el vínculo, sobre todo, con el papá, que aparece y desaparece, que está y no está más, que de pronto es sustituido por otro hombre, el que eventualmente también se va. Es decir, una figura paterna borrosa y efímera.

Pero el abandono tiene muchos rostros. El adolescente que exigía a su enamorada usar preservativo, cuenta que la madre lo deja de pequeño al cuidado de la abuela, en Caballococha, y que ella se va a Iquitos a trabajar. El padre nunca existió. Dice que la abuela siempre le pagaba duro con el palo, delante de su hermanita pequeña, y que tampoco lo mandaba al colegio. Cuando él cumple 9 años de edad, la madre se entera que no estaba yendo al colegio, entonces se lo lleva a Iquitos, a trabajar con ella en el mercado. Desde entonces, se levanta a las 3 de la mañana y ayuda a su mamá a preparar los caldos que ella vende. Va al CEO de 6 a 10 de la noche, porque durante el día ayuda a la madre. ¿Tú trabajas entonces?, le pregunto. No, me responde, yo no trabajo. Pero está con la madre en el mercado todo el día, hasta las 6 de la tarde. No ve eso como trabajo. Y cuando le pregunto, ¿Qué quieres ser a futuro?, te dice que no quiere separarse de su mamá, porque sufrió muchos años sin ella. Ahora la ve mayor y tienen ganas de cuidarla y protegerla.

Este muchacho fue abandonado, pero sigue deseando o soñando el vínculo con sus padres. Como la muchacha abandonada por la madre en la Aldea Infantil, que sueña con que su padre vendrá por ella y sus hermanos, para llevárselas a vivir con él. Atesora el recuerdo de los consejos que el padre le daba cuando era más pequeña, pero el padre hace tres años que no se comunica con ella y ni siquiera la llama por teléfono.

Nos estamos perdiendo el 95% de lo que representa la identidad, las preocupaciones, la experiencia y hasta las lecciones de vida de nuestros adolescentes.

Nos urge pensar una política de adolescencias para la educación secundaria. La educación debe darles los aprendizajes que necesitan para afrontar estas y otras situaciones complicadas en sus vidas, a nivel personal, familiar, laboral, pero lo primero que necesitamos es saber quiénes son.

Como podemos darnos cuenta, nuestros adolescentes son portadores de sueños, proyectos, aspiraciones, a los que deben abrirles espacio mientras estudian, trabajan, se enamoran, cantan, hacen break dance en la calle, pintan grafitis, afrontan la incertidumbre y el drama del abandono, el maltrato, el abuso y la violencia, muchas veces ante la indiferencia cómplice de sus padres. Hacen deportes, son artistas, trabajan en el mercado o en restaurantes, van a la academia, tienen hijos que no desearon o se levantan a las 3 de la mañana para ayudar a producir ingresos que el padre no aporta porque no está.

Los adolescentes te dicen de frente que los profesores hacen su clase y se van, que la mayoría no los conocen, no se preocupan por ellos ni están enterados de las situaciones que pasan. A veces se enteran, pero no reaccionan, solo siguen con sus clases. Cuando no se trata de aprender comunicación o matemática, «lo que tú vivas, tus pasiones, tus intereses, tus talentos, al colegio no le importa, no le interesa, menos aún tus problemas personales», dice una muchacha. De este modo, nos estamos perdiendo el 95% de lo que representa la identidad, las preocupaciones, la experiencia y hasta las lecciones de vida de nuestros adolescentes.

Ser adolescente en este Perú de pandemia

Adaptado de Pease y otros, 2020

El contexto actual de Pandemia afecta de manera muy particular a las y los adolescentes, sobre todo a aquellos que son la mayoría de nuestro país, es decir, quienes asisten a una escuela pública que, pese a todos los esfuerzos que se han hecho, no logra cumplir su rol de formarlos para poder acceder a esos estudios superiores con los que mayoritariamente ellas y ellos sueñan, ni para transitar a ningún otro espacio postsecundario; quienes, además de estudiar, realizan una buena cantidad de labores en sus casas que incluyen el cuidado de otros mayores o más pequeños; quienes, en algunos casos, trabajan; quienes viven con padres y madres que tienen jornadas de trabajo demandantes, y quienes en muchos casos, viven en condiciones de precariedad.

Un primer aspecto que los pone en particular vulnerabilidad ante este contexto, es el lugar que ocupa, para ellas y ellos, el futuro. La adolescencia implica que el futuro se vuelva el eje de la vida. Las transformaciones cognitivas, los cambios cerebrales y la tarea crucial de construir una identidad que articule las emergentes y complejas preguntas de quién soy y en qué quiero convertirme, suponen una orientación hacia lo que viene; tarea que se hace mucho más evidente que, quizás, en ninguna otra etapa del ciclo vital.

En nuestro estudio “Ser adolescente en el Perú”, identificamos que, independientemente de sus diversidades, lo que más angustia, lo que más les preocupa, lo que más temen las y los adolescentes es no poder concretar un proyecto de ocupación futura. Lamentablemente, la gran mayoría de ellos, tal como ha sido tantas veces reportado en la literatura, entienden ocupación futura únicamente como asistir a la universidad. Lamentablemente, decimos, porque es una meta que no logra alcanzar más que un porcentaje muy reducido de nuestro país. El tema del proyecto de vida no logra trabajarse en la escuela secundaria pública de modo tal que realmente atienda las realidades, recursos y potencialidades de nuestros adolescentes. Un esfuerzo clave del sistema educativo debería centrarse en cómo utilizar esta crisis como una grieta para que pueda trabajarse el tema de proyecto de vida de tal manera que dé cuenta de las necesidades que tienen las y los adolescentes. Cómo trabajarlo para que contenga y despliegue esas preguntas sobre el futuro, para que les permita mirarse, pensarse y explorar quiénes quieren ser.

Un segundo aspecto que creemos que hace a las y los adolescentes particularmente vulnerables ante estos retos, es el lugar que ocupa todo el mundo relacional en sus vivencias. Entre las variables por las que indagamos en nuestro estudio, se encuentra todo el tema del relacionamiento. En términos familiares, tenemos que las y los adolescentes entienden su bienestar subjetivo prioritariamente desde el contar con relaciones positivas con sus padres y madres, desde el contar con ellos, con su aliento, cariño, cuidado y apoyo. Los vínculos con la familia son absolutamente cruciales para sentirse bien y ser felices.
Pese a que las familias tienden a ejercer vigilancia sobre ellas y ellos, que podríamos entender más cercana a una crianza autoritaria, las y los adolescentes conciben ese seguimiento como cuidado. Más bien, el abandono, el no estar presentes, es sancionado muy duramente. Y, efectivamente, lamentablemente, hay muchas historias de abandono, de padres que se fueron para siempre, de familias donde las jornadas de trabajo son tan largas que el criar se vuelve una práctica hecha casi por mando a distancia, por redes sociales como Whatsapp, Facebook o mensajes de texto y donde el contacto, casi siempre, se limita a los fines de semana. Ellos y ellas aprecian enormemente lo que sus familias hacen por cuidarlos, y agradecen y quisieran que fuera diferente. Sienten además una suerte
de endeudamiento con sus padres y madres, y mucha responsabilidad por
poder sacar a su familia adelante en el futuro.

Ahora bien, además del mundo de la familia, tenemos que el distanciamiento social supone una gran amenaza para el mundo relacional adolescente. Sabemos desde la psicología del desarrollo sobre la importancia que tienen las relaciones sociales (cercanas e instrumentales) en el desarrollo psicológico, académico, emocional y social de las personas, favoreciendo su socialización, el desarrollo de la identidad y proveyendo un sentimiento básico de conexión con otras y otros. Las relaciones positivas ofrecen soporte y promueven resultados positivos en lo académico, comportamental y psicológico; mientras que, al mismo tiempo, las y los protegen de posibles resultados negativos relacionados con el abuso de sustancias. El decaimiento de las relaciones sociales es una de las posibles consecuencias del distanciamiento social, en donde aquellos lazos más fuertes cobran mayor importancia, y aquellos más lejanos e instrumentales se debilitarán.

“La relación con los amigos y amigas no tiene solo fines de recreación, lúdicos, de complicidad, es también el dominio crucial de construcción de la identidad adolescente”

Las y los adolescentes se encuentran insertos en una red de relaciones cuya interconexión y potencial varían de acuerdo a las características del contexto, sin embargo, estas redes son particularmente importantes para aquellos que viven en circunstancias precarias de escasez de recursos económicos, falta de soporte familiar, entre otros. El tutor o tutora de una
escuela secundaria, un programa social dentro de un barrio, la relación con una amiga o amigo, adquieren un valor particular cuando potencialmente ofrecen posibilidades de desarrollo más allá de las que puede proveer la familia o las relaciones cercanas, y que, en algunos casos, compensan y promueven resiliencia ante esta precariedad económica y, en algunos casos emocional, en las que se desarrollan. En este sentido, es crucial, en primer lugar, la identificación de estas redes de soporte a las que el o la adolescente ha podido acceder para comprender las oportunidades que estas ofrecen y, en segundo lugar, desarrollar estrategias para el mantenimiento de estas redes de soporte.

Al mismo tiempo que los padres y madres ocupan un lugar central en la vida de las y los adolescentes, el rol de los pares es crucial en su bienestar. La relación con los amigos y amigas no tiene solo fines de recreación, lúdicos, de complicidad, es también el dominio crucial de construcción de la identidad adolescente. Es con ellos y ellas que se aprende a ser adolescente, se aprende a ser amigo o amiga, se aprende a ser pareja, se aprende quién es uno en términos de identidad sexual y de género. No es poca cosa perder el mundo social en la adolescencia. No es poca cosa no tener espacio para conectar, encontrarse con los pares.

“Las y los adolescentes no cuentan con las herramientas necesarias para identificar y denunciar prácticas de violencia que, por lo general, están bastante normalizadas en la dinámica familiar”

Un tercer aspecto, que ubica a las y los adolescentes en una situación de vulnerabilidad tiene que ver con las alarmantes cifras de violencia doméstica reportadas por el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables. Solo a dos semanas de iniciado el estado de emergencia en nuestro país, la Línea 100 recibió 5418 llamadas de emergencia, de las que 538 eran casos de mujeres que estaban realizando denuncias graves; reportándose, además, 27 casos de violación sexual a menores de edad (IDEHPUCP, 2020, RPP, 2020).

Las y los adolescentes no cuentan con las herramientas necesarias para identificar y denunciar prácticas de violencia que, por lo general, están bastante normalizadas en la dinámica familiar. La gran deuda del Estado para con ellas y ellos es una falta de Educación Sexual Integral con la que puedan no solo conocerse, construir una identidad de género y vivir su sexualidad plenamente; sino también que puedan reconocer situaciones de violencia y amenaza, que puedan buscar ayuda y denunciar el maltrato que vienen sufriendo (ver Pease, Guillén, De La Torre Bueno, Urbano, Aranibar, Rengifo 2019 para una discusión más detallada de este tema). Esta es una demanda explícita de las y los adolescentes con los que trabajamos en nuestro proyecto. Necesitan una Educación Sexual Integral y con Enfoque de Género para dejar de sentir miedo y temor de su propia vivencia de la sexualidad; para dejar de creer que la sexualidad (en el sentido amplio de
la palabra) pertenece exclusivamente al mundo adulto; para dejar de mantener los tradicionales roles de género (que por suerte parece que se están disipando).

Actividad 2: ¿Quiénes son y qué necesitan los y las estudiantes de mi comunidad?

La actividad 2 te invita a reflexionar sobre tu contexto sociocultural particular, y a partir de ello identificar qué tipo de retos tienen los y las estudiantes de tu comunidad en su día a día y qué HSEI necesitan desarrollar para afrontarlos de la mejor manera posible. Para realizarla sigue los siguientes pasos:

Ve y analiza críticamente dos videos:

Nos interesa, de manera particular, que observes a los personajes de Shunita (Asháninka) y de Federico (Awajún).

“Mi nombre es indígena”
“La historia de Shunita Samaniego”
Lee detenidamente las lecturas 3 y 4

Responde individualmente a las preguntas que
se plantean a continuación:

  • ¿Qué coincidencias encuentras en las historias de Shunita y Federico?
  • ¿Qué desafíos les presentan los contextos donde se desenvuelven y qué fortalezas, habilidades, actitudes y conocimientos les permitieron a Shunita y Federico enfrentar los obstáculos y no abandonar sus proyectos de vida?
  • ¿En qué se parecen estas/os jóvenes a las y los estudiantes de tu institución educativa?
  • ¿Cuáles son las principales problemáticas que enfrentan tus estudiantes cotidianamente? ¿qué habilidades socioemocionales e interculturales consideras que necesitan para afrontarlas?
  • ¿Qué actitudes, comportamientos y/o prácticas debo cambiar o mejorar en mi ser docente para acompañar mejor a mis estudiantes y favorecer un clima acogedor, seguro y libre de discriminación? Profundiza tu respuesta.

Autoevaluación actividad 2

Material de Apoyo de la Unidad 2

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