El maltrato infantil es un fenómeno crítico persistente en las interrelaciones dentro de las diferentes sociedades, las familias y las instituciones educativas. En el mundo, uno de cada cuatro niños y adolescentes fueron víctimas de violencia y, en América Latina, dos de cada tres (Niu et al., 2024; UNICEF, 2022). De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística e Informática [INEI] (2025b), en el Perú, este problema afecta a más de la tercera parte de la población entre 9 a 17 años. Por ende, la adolescencia y la niñez son etapas de vulnerabilidad que representan un riesgo para la victimización por algún tipo de violencia.
En ese sentido, el maltrato infantil se entiende como un conjunto de acciones negligentes, abusivas y violentas que afecta la salud mental y biológica, el desarrollo integral y la dignidad de la población menores de 18 años (Merrin, et al., 2024; Organización Mundial de la Salud [OMS], 2024). No solo se considera maltrato a la presencia de golpes, humillaciones etc., sino a la omisión del vínculo de soporte y cuidado del menor, como, por ejemplo, la falta de apoyo afectivo de sus cuidadores o el adulto responsable. Del mismo modo, la exposición a contextos de violencia constituye otra forma de victimización. Estas dinámicas se manifiestan en relaciones de poder, confianza o responsabilidad dentro del ámbito familiar, escolar y social (OMS, 2024).

En general, en las familias y en las instituciones educativas, el maltrato infantil se produce en una lógica propia de la cultura adultista. Esta enfatiza que los adultos o padres poseen una autoridad absoluta sobre la población infantil (Barudy, 2005). Con esta manera de pensar, se habilita el empleo deliberado de la violencia para controlar, modificar y apropiarse de la agencia infantil. Este ejercicio de poder se justifica apelando a la educación, a la disciplina y a los derechos concedidos a los adultos responsables, aunque se vulnere la integridad del menor (Barudy, 2005). En efecto, el maltrato infantil genera consecuencias nocivas inmediatas y posteriores en el bienestar subjetivo, físico y social de las víctimas (Anagnostis et al., 2025; Burghart & Backhaus, 2024; OMS, 2024; Thurston et al., 2025; Yu et al., 2024; Zhang et al., 2025).
Sin embargo, los efectos traumáticos de estas experiencias o las re-traumatizaciones se condicionan por la interacción de diversos factores internos y externos dispuestos en ese momento, o condiciones sociales (Barudy, 2005; Cyrulnik, 2005). Así, pues, el rol de la familia, los docentes y la comunidad como soporte social-afectivo es primordial para mitigar o amortiguar las secuelas en las víctimas del maltrato (Abate et al., 2024; Barudy, 2005; Yule et al., 2019). De tal modo, la existencia de un acompañamiento cercano pueda sostener el proceso de integración del suceso a su subjetividad o su resignificación sin efectos nocivos. Por ende, la organización política y vincular en una sociedad, o en una familia, o en la unidad mínima de interacción puede intervenir como un factor de riesgo o de protección ante la victimización.
Desde esta perspectiva, el maltrato infantil es una problemática sociopolítica e intergeneracional con efectos negativos en el desarrollo humano. En revisiones anteriores, la victimización fue una condición de vulnerabilidad para la ansiedad, la depresión, el trastorno de estrés postraumático, el riesgo suicida, el consumo de drogas ilícitas y el alcoholismo (Abate et al., 2025; Anagnostis et al., 2025; Lupindo et al., 2025; Ravi et al., 2024; Rodriguez & Gómez-Baya, 2025; Yu et al., 2024). Igualmente, el maltrato infantil se considera como factor asociado de riesgo para las patologías crónicas como las enfermedades cardiovasculares y el cáncer, porque existe una afectación al sistema inmunitario y endocrino (Anagnostis et al., 2025).
En otro eje principal, la victimización por maltrato escolar, familiar infantil o violencia comunitaria se asocia con una perpetración futura o una nueva victimización, o bien en la escuela, o bien en la familia, o incluso en la pareja (Merrin et al., 2024; Osborne et al., 2025; Rodriguez & Gómez-Baya, 2025; Lupindo et al., 2025). De la misma manera, se reporta que los hombres externalizan su victimización mediante conductas agresivas, mientras las mujeres la interiorizan susceptibilizándose a la ansiedad, la depresión, etc. (Lupindo et al., 2025; Ravi et al., 2024). Por último, la acumulación de varias experiencias de maltrato condujo a mayores riesgos en la salud mental o física inmediatos y posteriores (Anagnostis et al., 2025; Rodriguez & Gómez-Baya, 2025).

Si bien es cierto que se conocen las múltiples consecuencias del maltrato infantil, es pertinente seguir sintetizando la evidencia actual sobre las repercusiones potenciales del maltrato con la finalidad de clasificarlos y sistematizarlos. De esa forma, esta revisión permite encaminar a posibles reformulaciones de las políticas públicas orientadas a la protección infantil desde la intervención y prevención del maltrato infantil en nuestro país. Por ende, en esta investigación, se revisa brevemente la comprensión acerca de las repercusiones potenciales del maltrato infantil en artículos publicados entre el 2024-2025. Simultáneamente, se discute con los datos estadísticos e investigaciones representativas del Perú según corresponda.
Método
Esta investigación se enmarca en una revisión general, ya que se buscó evidencia disponible de metaanálisis y revisiones sistemáticas (Aromataris et al., 2015). La búsqueda se realizó acerca de las repercusiones potenciales del maltrato infantil el 27 de octubre del 2025 en Scopus con un límite temporal 2024-2025 con filtros, en tipos de documentos, revisión y, en áreas temáticas, psicología y ciencias sociales. Se utilizó la siguiente estrategia de búsqueda avanzada: (TITLE-ABS-KEY-AUTH ( ( “child abuse” OR “child maltreatment” OR “child neglect” OR “child violence” OR “school violence” ) ) AND TITLE-ABS-KEY ( ( “consequences” OR “effects” OR “impact” OR “outcomes” ) ) AND TITLE ( ( “systematic review” OR “meta-analysis” OR “meta analytic” OR “review of the literature” ) ) AND TITLE-ABS-KEY ( ( “children” OR “adolescents” OR “youth” OR “teenagers” OR “adults” ) ) ).
Se establecieron los siguientes criterios de inclusión: (a) los participantes deben ser hombres y mujeres, tanto niñxs, adolescentes o adultos, víctimas directas o indirectas de maltrato infantil; (b) deben explicar los factores potenciales de repercusión del maltrato infantil inmediatos y posteriores a lo largo de la vida; y (c) solo metaanálisis, revisiones sistemáticas o revisión general. Además, se dispusieron los siguientes criterios de exclusión: (a) estudios enfocados exclusivamente en factores de repercusión asociados a lo biológico; (b) participantes con una condición específica, por ejemplo, de neurodesarrollo; (c) solo mujeres u hombres; y (d) sin ningún reporte del país o continente de los artículos revisados. Por último, el proceso de elección de los artículos se basó, primero, en la lectura de los títulos y resúmenes. En seguida, se concluyó con la revisión completa de los documentos para extraerlos en una matriz.
Resultados
Se encontró un total de 87 artículos y se seleccionaron solo 32. Posteriormente, se excluyeron 16 artículos por incumplimiento de los criterios (10) y la inaccesibilidad (6). Para esta revisión, se incluyeron 16 artículos dentro de los cuales predomina la revisión sistemática y metaanálisis (10). El número de estudios revisados por cada artículo oscila entre 7 y 183 documentos y la mayoría de estos provienen de participantes estadounidenses. A continuación, se presenta los resultados esquematizados en cinco temáticas y, luego, una de carácter general.
Salud mental
El maltrato infantil es un factor de riesgo asociado al malestar en la salud mental en etapas inmediatas y posteriores. Las personas victimizadas poseen una mayor vulnerabilidad para el trastorno de estrés postraumático (TEPT), ansiedad, depresión y psicosis (Burghart & Backhaus, 2024; Thurston et al., 2025). También, esta condición proporciona un riesgo para ideaciones suicidas, intentos de suicidio, suicidio y mortalidad en la adolescencia y la adultez (Burghart & Backhaus, 2024; Thurston et al., 2025). Este mismo resultado se obtuvo al comparar con personas sin ninguna victimización (Thurston et al., 2025).
Seguidamente, experiencias de abuso y negligencia emocional favorecen el desarrollo de la ansiedad, el TEPT y la depresión en adolescentes (Hashim et al., 2024). Mientras, el abuso sexual infantil forma un riesgo para el TEPT, indiferenciadamente del sexo, en comparación con personas no maltratadas en su infancia (Boumpa et al., 2024). Igualmente, el maltrato infantil se asocia con un bienestar emocional disminuido en la niñez y la adolescencia (Yeo et al., 2024). En general, el maltrato infantil se vincula fundamentalmente con el TEPT, la ansiedad y la depresión (Burghart & Backhaus, 2024; Hashim et al., 2024; Thurston et al., 2025).

Consumo de sustancias y alimentos con grasas
Se encontraron asociaciones del maltrato infantil con el abuso de drogas y el consumo de alimentos altos en grasas (Burghart & Backhaus, 2024; Da Cruz Morais et al., 2024; Rakovski et al., 2024). En el metaanálisis, la condición de víctima por maltrato físico y sexual favorecen al riesgo para el consumo/abuso de alcohol y de cannabis en adolescentes y adultos en comparación con personas sin antecedentes violentos (Rakovski et al., 2024). Sin embargo, en la revisión sistemática, se obtuvo evidencia solo para la relación del maltrato físico con el abuso/consumo de alcohol (Rakovski et al., 2024). De ese modo, se evidencia una inconsistencia entre los resultados de las investigaciones revisadas.
Adicionalmente, la exposición a la violencia familiar física-emocional en la infancia posibilita un mayor consumo de grasas, comida rápida y alimentos ultraprocesados en la población de adolescentes y adultos (Da Cruz Morais et al., 2024). A partir de ello, se puede considerar al maltrato infantil como una situación contingente a las conductas de consumo y alimentación saludables.
La resiliencia y la soledad
El maltrato infantil se vincula con la resiliencia y la soledad en la adultez. Por una parte, las víctimas presentaron pocas capacidades de resistencia psicológica y de recuperación ante situaciones difíciles constituida en la capacidad de resiliencia (Fares-Otero et al., 2025). Por otra parte, se relaciona con un aumento de sentimientos de falta de vinculación íntima y entendimiento afectivo o la ausencia de una red amical en comparación con personas no violentadas explícitamente a experimentar soledad emocional y social (De Heer et al., 2024).
Funcionamiento cognitivo
En las víctimas de maltrato infantil o expuestos a la violencia de pareja, se evidencian deficiencias en sus funciones ejecutivas (Burghart & Backhaus, 2024; Tsunga et al., 2025). Por ejemplo, estas personas presentaron dificultades en la capacidad de organizar las funciones mentales, en el lenguaje, en procesar la información de diferentes maneras, en reflexionar sobre sus propios pensamientos o en el control de la impulsividad. Este mismo efecto se expresa con el rendimiento académico en la niñez y etapas ulteriores (Burghart & Backhaus, 2024; Yeo et al., 2024).
Relaciones interpersonales
A nivel relacional, el maltrato infantil posibilita vinculaciones violentas y de victimización o falta de sensibilidad en el cuidado infantil. La victimización infantil contribuye a la manifestación de conductas y comportamientos agresivos marcados por la impulsividad expresados en diferentes ambientes (Loheide-Niesmann et al., 2024). Estas manifestaciones se catalogan como problemas de conducta infantil y suponen una transmisión de violencia en la estructura generacional de los cuidadores a los hijxs.
En coherencia con ello, la victimización y exposición a la violencia de pareja en la infancia se asocian con la violencia de pareja en la adultez (Wadji et al., 2025). Según este metaanálisis, los hombres se encaminaron a un mayor ejercicio de la violencia de pareja ―física, emocional y sexual―, mientras que las mujeres solo hacia la violencia emocional. Por último, se observa una mayor probabilidad de victimización a la mujer por parte del hombre (Wadji et al., 2025). Asimismo, la exposición a la violencia de pareja podría impulsar una construcción de un apego inseguro infantil (Burghart & Backhaus, 2024; Sirparanta et al., 2025). De igual modo, en adolescentes y adultos víctimas, esta condición se asocia con una agudeza de la sensibilidad para percibir el rechazo social disparando una reacción ansiosa ante el rechazo (Gao et al., 2024).
En esa línea, los cuidadores con un historial de abusos y negligencia podrían expresar una falta de sensibilidad de cuidado, confusión de roles, dificultades en la comunicación dentro del vínculo con su hijos y una hostilidad en la relación (Weistra et al., 2025). Sin embargo, este resultado no es consistente con otras investigaciones revisadas en el mismo artículo. Aunque estas características de los cuidadores en sí mismos dificultan un cuidado atento, respetoso y emocionablemente seguro de los infantes durante la crianza.
El abuso y negligencia emocional
En esta revisión, el abuso o la negligencia emocional infantil, si se contrasta con a otros tipos de maltrato, posee una mayor afectación a la resiliencia vinculándose con la soledad, la ansiedad por el rechazo social en adultos y adolescentes, y con un menor rendimiento académico en niñas y adolescentes (De Heer et al., 2024; Fares-Otero et al., 2025; Zhang et al., 2025). Asimismo, en una revisión, el abuso infantil fue la principal variable de riesgo para el bienestar emocional y el rendimiento académico en la niñez y la adolescencia (Yeo et al., 2024).
Discusión
A continuación, se discutirá los resultados de la breve revisión sobre las repercusiones potenciales del maltrato infantil entre el 2024-2025 relacionándose con algunas investigaciones y estadísticas del Perú. En general, el maltrato infantil aumenta significativamente el riesgo para el deterioro de la salud mental, el consumo de drogas y reduce los recursos individuales como la resiliencia, el rendimiento cognitivo y las capacidades de crianza. También, las víctimas del maltrato son susceptibles a la normalización de la violencia, manifestándose en las relaciones vinculares, como victimario o víctima en diferentes contextos, proyectándose a etapas posteriores.
El maltrato infantil es un evento con una potencial afectación al bienestar y a la salud mental en las víctimas. Este hallazgo es coherente con revisiones anteriores, en los cuales se enfatiza la vinculación con posibles síndromes psicopatológicos y el consumo de sustancias (Abate et al., 2025; Anagnostis et al., 2025; Lupindo et al., 2025; Ravi et al., 2024; Rodriguez & Gómez-Baya, 2025; Yu et al., 2024).
En efecto, estos eventos vulneran la estructura subjetiva y la integridad física. Del mismo modo, la violencia rompe la suposición principal de seguridad y de cuidado atribuida a los vínculos y al contexto social que brinda coherencia a la identidad (Sluzki, 2006). Esta situación constituye una irrupción interna generando dificultades en la elaboración del suceso, preocupación o miedo excesivo, sensaciones de inseguridad vincular, baja autoestima, confusión identitaria, etc. Asimismo, el maltrato infantil no solo posee un impacto clínico manifiesto, sino una latente que constituye una condición vulnerable a futuro, aunque su manifestación depende de su contexto (McCrory & Viding, 2015).

De ese modo, puede canalizarse al consumo o abuso de sustancia psicoactivas y comidas ultraprocesadas. Igualmente, pueden formarse signos y cuadros de ansiedad, depresión y TEPT o un posible suicido (Burghart & Backhaus, 2024; Hashim et al., 2024; Thurston et al., 2025). A nivel funcional, se estructura una preocupación excesiva por el rechazo, soledad y una disminución de la resiliencia (De Heer et al., 2024; Fares-Otero et al., 2025). También, se evidencia un deterioro en el funcionamiento cognitivo y en el desarrollo de recursos internos como la resiliencia debido a la falta de soporte para este proceso. Pues, la experiencia violenta dificulta la acción con la realidad, porque obstruye la capacidad de concebir el entorno por la pérdida de una referencia segura (Sluzki, 2006).
Algunas de las potenciales repercusiones se presentan en la epidemiología peruana. Según el Ministerio de Salud [MINSA] (2025), se reportaron 11 425 casos de depresión moderado y grave en el 2024 incrementándose un 70.95 % en comparación al 2023, mientras el primer brote psicótico, en un 67.25 % de casos. Esa misma línea temporal, relación al suicidio, la estadística ascendió un 63% y los intentos de autoeliminación un 49.56 % cuantificado en 3 256 casos con predominio en la población adulta durante el 2024 (MINSA, 2025; Sistema de Información de Defunciones, 2025).
En la población adolescente escolar, se informó una prevalencia de 4.6 % en consumo de drogas médicas, 26.7 % de drogas legales y 5.4 % de sustancias ilícitas en el 2024 (Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas, 2025). Todo ello, constituye una problemática actual de salud pública como repercusiones potenciales de las experiencias de violencia infantil.
En el 2024, uno de cada cinco escolares de sexto grado de primaria afirmó ser testigo del castigo físico escolar ejercida por sus docentes y tres de cada diez mencionaron haber sido victimarios (Ministerio de Educación del Perú [MINEDU], 2025). Una de las posibles consecuencias de este maltrato es la reducción de rendimiento escolar (Calle et al., 2017; MINEDU, 2025; Miranda, 2016). Por ejemplo, la violencia física contra niñas afecta más a sus resultados en el curso de vocabulario y para los hombres, en matemática (Miranda, 2016). Por lo tanto, es coherente con el hallazgo de esta revisión en tanto el maltrato infantil reduce los recursos internos individuales como el funcionamiento cognitivo y el rendimiento académico (Burghart & Backhaus, 2024; Tsunga et al., 2025; Yeo et al., 2024).
En seguida, los resultados acerca de la normalización de la violencia son consistentes con la evidencia sobre la transmisión intergeneracional de la violencia y su externalización en contextos educativos y vinculares (Merrin et al, 2024; Rodríguez & Gómez-Baya, 2025; Lupindo et al., 2025). En ese contexto, la violencia se mantiene como una estructura de vinculación y conocimiento aprendido socialmente mediante la exposición a conductas de la misma índole en la familia y la televisión reforzándose entre sí (Bandura, 1978).
En concordancia, la victimización infantil, directa o indirecta, es el espacio de aprendizaje de la población infantil, porque se explicita las lógicas, las circunstancias, las consecuencias, y todo el marco referencial de las conductas violentas. Aunque la repetición y las justificaciones sociales son los principales ejes de la construcción o reducción de estas conductas, ya que actúa como reforzadores u oposiciones contextuales (Bandura, 1978). Por lo tanto, la reproducción de la violencia responde a un proceso de aprendizaje mediante legitimaciones sociales de estas conductas desde la victimización infantil.
En nuestro país, según el INEI (2025b), más de la tercera parte de la población infantil de 9 a 17 años fueron maltratadas. Ahora, los principales victimarios de la población menor de 18 años son los familiares inmediatos y políticos (Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables [MIMP], 2025). Por ejemplo, la reprimenda verbal o violencia psicológica es una de las principales formas de castigo a las niñas entre 1 a 5 años por su madre y padre (INEI, 2025a). Esta forma de vinculación refiere a una estructura familiar adultista en la crianza
De igual modo, en los adultos, las parejas actuales o exparejas y familiares inmediatos son los principales perpetradores de la violencia (MIMP, 2025). Dentro de ello, las mujeres son las más violentadas que los hombres debido a las lógicas jerárquicas de género interactuando con otras estructuras sociales (MIMP, 2025; Segato, 2003). En esta situación, se evidencia una posible doble victimización a la población infantil mediante la exposición a la violencia familiar y el maltrato directo. Por tanto, se genera un contexto propicio para una posible trasmisión de la violencia.
Por ello, los programas de intervención del maltrato infantil deben considerar estas repercusiones potenciales inmediatas y sus posibles extensiones a otras etapas del ciclo vital empleando necesariamente un enfoque psicosocial debido a su carácter sociocultural de la problemática. Entonces, es imperativo evaluar e integrar las estructuras vinculares de la familia, la escuela, o las instituciones vinculares y toda la sociedad durante la intervención como un riesgo o protección. Por último, en la prevención, es fundamental promover modos de crianza no violentas, relaciones vinculares respetuosas y generar la ruptura de la transmisión generacional de la violencia desde la deconstrucción de las ideologías de jerarquización.
Estos resultados se deben interpretar en el marco de una revisión breve con una mayoría de estudios primarios pertenecientes a la población estadounidense. Análogamente, solo en cuatro investigaciones, se incluyeron los efectos de los diferentes tipos de maltrato infantil respecto a la variable de repercusión potencial. Además, no se puede considerar al maltrato infantil como un factor de riesgo con relación a las repercusiones potenciales, ya que el alcance de las investigaciones primarias fueron diversas: transversales y longitudinales.
Por ende, se recomienda ampliar la búsqueda en otras bases de datos para incluir otros resultados y agruparlos por cada país o contextos similares. Finalmente, es necesario sintetizar las revisiones y metaanálisis con estudios primarios de alcance longitudinal para extraer el efecto del maltrato infantil a lo largo del tiempo y sus variables moderadoras o mediadoras.
Conclusiones
Ser víctima de maltrato infantil es una condición que incrementa el riesgo a la afectación de la integridad personal, los recursos individuales y de cuidado, y posibilita una transmisión intergeneracional de las dinámicas violentas en las estructuras vinculares. No obstante, en tanto exista un conjunto de vínculos de soporte y apoyo, como la familia, la escuela y sumando a los propios recursos internos, se podrán contrarrestar las consecuencias nocivas del maltrato convirtiéndose en un factor de resiliencia. En la epidemiología peruana, se manifiestan algunas de estas repercusiones potenciales. Sin embargo, todas las posibles repercusiones siempre se constituyen en una interacción contextual y provienen de una configuración multicausal.
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Estudiante de séptimo ciclo de Psicología, con interés en la investigación sobre la violencia hacia poblaciones vulnerables, especialmente en el ámbito de la educación básica regular, así como en el estudio de la relación entre el suicidio, los factores vinculares y el soporte social.
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